domingo, 30 de noviembre de 2008

El correr de los días





El correr de los días nos pone justo en el camino que anhelamos. Tras
mil tropiezos, finalmente el arroyo para calmar la sed y una inmensa amapola para "echar una pavita".

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Voz del viento, casi una canción





Barca que te lleva el dia que termina con flores blancas rio que hace camino hacia el mar ; mar que marca el horizonte de donde descanza la luz. Barro que le dio forma a la carne y envuelve el espíritu del hombre que surgió entre la niebla y la ceniza. Dadme de beber del viento que respiro. De los sueños que me aturdenlas precipitadas alas de mi ilusión quebrada entre mil noches sin estrellas. Hay mil recuerdos que,como caballos que enloquece la tormenta,cabalgan rodeandos mi mundoy cortando la mirada serena.dibujandome mil cuerpos de sirenaque tienen o no tienen nombre. Que miran o se dejan mirar. Que hablan o solamente escuchan. Tengo que encontrarme con el encuentro y con la mirada que el destino bifurca y desune a cada paso. No tengo oración con el nombreque me ha dado la vida. Viajo con la noche en pleno día, y en el día descanzo en una jaula de orocomo un ruiseñorque le teme al canto y al vuelo.voy deshojando el empeñoy empeñado de desdibujar las sombras y las luces. y los cantos. y los lamentos. Ya me voy buscando sin búsqueda alguna. Seguro de encontrarlo que no estará ante mis ojos y se escapará de mis manos como agua fresca del arroyo. De la ceniza vuelvo sin alas para tejerle plumas al viento que es sonrisa y llanto. Nacimiento y muerte. Cuerpo y ausencia. Color y sombra.
Soy voz en una voz dormida. Y soy silencio. Soy el que caminacon toda estas cosas que ya dije y soy el camino y la huella. Soy el que acaricia la negra cabellera y soy el que llora en el polvo doblado ante el espejo derretido bajo la tarde y la tierra cuarteada. Con el oido pegado al suelo para entender la lejanía.
Vengo y me voy solicitando la oración para llegar a donde no se llega. Para tocar la sensación del vacío. Aquella que me acerque al andar primero y me muestre un paso nuevo en cada paso, un camino en cada camino. Estrellas vivaces para las noches, y cocuyos y llovizna para los amaneceres. Y rocío. Vengo a que llene mis manos de luchas breves y de armonía. De saludos eternos y de pensamientos para sembrar la tierra y tocar el tambor.Para acariciar el rostro de la vida y cerrar los ojos y sacar las espinas a la tarde que se va a dormir; a quien hace mucho viene a mi presencia y yo voy a la suya, hablarle en silencio. Su silencio y el mío.
ya me voy a dormir. Con las manos juntas y el alma abierta a quien todo lo puede,a quien todo lo es por los siglos de los siglos...

martes, 25 de noviembre de 2008

la mujer, de juan bosch



La Mujer
La carretera está muerta. Nadie ni nada la resucitará. Larga, infinitamente larga, ni en la piel gris se la ve vida. El sol la mató; el sol de acero, de tan candente al rojo, un rojo que se hizo blanco, y sigue ahí, sobre el —lomo de la carretera. Debe hacer muchos siglos de su muerte. La desenterraron hombres con picos y palas. Cantaban y picaban; algunos había, sin embargo, que ni cantaban ni picaban Fue muy largo todo aquello. Se veía que venían de lejos: sudaban, hedían. De tarde el acero blanco se volvía rojo; entonces en los ojos de los hombres que desenterraban la carretera se agitaba una hoguera pequeñita. detrás de las pupilas. La muerta atravesaba sabanas y lomas y los vientos traían polvo sobre ella. Después aquel polvo murió también y se posó en la piel gris. A los lados hay arbustos espinosos. Muchas veces la vista se enferma de tanta amplitud. Pero las planicies están peladas. Pajonales, a distancia. Tal vez aves rapaces coronen cactos. Y los cactos están allá, más lejos, embutidos en el acero blanco. También hay bohíos, casi todos bajos y hechos con barro. algunos están pintados de blanco y no se ven bajo el sol. Sólo se destaca el techo grueso, seco, ansioso de quemarse día a día. Las canas dieron esas techumbres por las que nunca rueda agua. La carretera muerta, totalmente muerta, está ahí, desenterrada, gris. La mujer se veía, primero, como un punto negro, después, como una piedra que hubieran dejado sobre la momia larga. Estaba allí tirada sin que la brisa le moviera los harapos. No la quemaba el sol; tan sólo sentía dolor por los gritos del niño. El niño era de bronce, pequeñín, con los ojos llenos de luz, y se agarraba a la madre tratando de tirar de ella con sus manecitas. Pronto iba la carretera a quemar el cuerpo, las rodillas por lo menos, de aquella criatura desnuda y gritona. La casa estaba allí cerca, pero no podía verse. A medida que se avanzaba crecía aquello que parecía una piedra tirada en medio de la gran carretera muerta. Crecía, y Quico se dijo: Un becerro, sin duda, estropeado por auto. Tendió la vista: la planicie, la sabana. Una colina lejana, con pajonales, como si fuera esa colina sólo un montoncito de arena apilada por los vientos. El cauce de un río; las fauces secas de la tierra que tuvo agua mil años antes de hoy. Se resquebrajaba la planicie dorada bajo el pesado acero transparente. Y los cactos, los cactos coronados de aves rapaces. Más cerca ya, Quico vió que era persona. Oyó distintamente los gritos del niño. El marido le había pegado. Por la única habitación del bohío. caliente como horno, la persiguió, tirándola de los cabellos y machacándole la cabeza a puñetazos.
—¡Hija de mala madre! ¡Hija de mala madre! ¡Te voy a matar como a una perra, desvergonzada! —Pero si nadie pasó, Chepe: nadie pasó —— quería ella explicar. —¿Qué no? ¡Ahora verás! Y volvía a golpearla. El niño se agarraba a las piernas de su papá, no sabía hablar aún y pretendía evitarlo. El veía la mujer sangrando por la nariz. La sangre no le daba miedo, no, solamente deseos de llorar, de gritar mucho. De seguro mami moriría si seguía sangrando. Todo fue porque la mujer no vendió la leche de cabra, como él se lo mandara; al volver de las lomas, cuatro días después, no halló el dinero. Ella contó que se había cortado la leche; la verdad es que la bebió el niño. Prefirió no tener unas monedas a que la criatura sufriera hambre tanto tiempo. Le dijo después que se marchara tanto tiempo. —¡Te mataré si vuelves a esta casa! La mujer estaba tirada en el piso de tierra ¡sangraba mucho y nada oía. Chepe, frenético, la arrastró hasta la carretera. Y se quedó allí, como muerta, sobre el lomo de la gran momia. Quico tenía agua para dos días más de camino, pero la gastó en rociar la frente de la mujer. La llevó hasta el bohío, dándole el brazo, y pensó en romper su camisa listada para limpiarla de sangre. Chepe entró por el patio. —¡Te dije que no quería verte más aquí, condenada ! Parece que no había visto al extraño. Aquel acero blanco, transparente, le había vuelto fiera, de seguro. El pelo era estopa y las córneas estaban rojas. Quico le llamó la atención; pero él, medioloco, amenazó de nuevo a su víctima. Iba a pegarla ya. Entonces fué cuando se entabló la lucha entre los dos hombres. El niño pequeñín, pequeñín, comenzó a gritar otra vez; ahora se envolvía en la falda de su mamá. La lucha era silenciosa. No decían palabra. Sólo se oían los gritos del muchacho y las pisadas violentas. La mujer vió cómo Quico ahogaba a Chepe: tenía los dedos engarfiados en el pescuezo de su marido. Este comenzó por cerrar los ojos; abría la boca y le subía la sangre al rostro. Ella no supo qué sucedió, pero cerca, junto a la puerta, estaba la piedra; una piedra como lava, rugosa, casi negra, pesada. Sintió que le nacía una fuerza brutal. La alzó. Sonó seco el golpe. Quico soltó el pescuezo del otro, luego dobló las rodillas, después abrió los brazos con amplitud y cayó de espaldas, sin quejarse, sin hacer un esfuerzo. La tierra del piso absorbía aquella sangre tan roja, tan abundante. Chepe veía la luz brillar en ella. La mujer tenía las manos crispadas sobre la cara, todo el pelo suelto y los ojos pugnando por saltar. Corrió. Sentía flojedad en las coyunturas. Quería ver si alguien venía. Pero sobre la gran carretera muerta, totalmente muerta, sólo estaba el sol que la mató. Allá, al final de la planicie, la colina de arenas que amontonaron los vientos. Y cactos embutidos en el acero.


Juan Bosch(República Dominicana, 1909-2001)

domingo, 23 de noviembre de 2008

danzas de un momento




Al regreso, no es tan pequeña la canción:


Hay nuevas alas levantando vuelo


Tras la ceniza que arrastra el viento.